EL MIEDO

 


MIEDO

El miedo es una emoción programada en el cerebro para reaccionar a situaciones que ponen en peligro nuestra vida y huir; es parte del instinto de supervivencia. Las emociones son espontáneas y momentáneas. Una vez que te sientes a salvo la emoción del miedo se va.

Cuando inviertes mucho tiempo pensando en alguna cosa o hecho que te atemoriza, entonces el miedo no es una emoción, sino que se convierte en un sentimiento y se puede quedar ahí días, meses, años, décadas o toda una vida, dependiendo de qué tanto tiempo pienses en ello. Así que la mejor manera de vencer el sentimiento del miedo es olvidarlo. Yo preguntaría: ¿Cómo? Y es simple, hay que buscar los pensamientos que nos llevan a ese sentimiento y desenmascararlos. Por ejemplo: “tengo miedo de perder mi trabajo”, mi pensamiento recurrente es que están haciendo recorte de personal y corrieron a una persona con la misma antigüedad que yo; quizá a partir de este pensamiento se desencadenan otros pensamientos atemorizantes porque a la mente le encanta exagerar, tanto las cosas malas como las buenas. Enfrentar y cambiar los pensamientos no es difícil, pero requiere tiempo y disciplina.

Una forma de quitarle las raíces a los pensamientos atemorizantes es cuestionarlos, sólo los que sean realistas sobrevivirán, podría preguntarme ¿también en mi área van a hacer recortes? ¿mi puesto es desechable? ¿mi trabajo ha sido bueno? ¿Puedo aportar algo más? ¿Estoy en peligro real? Y aún si todas las respuestas me llevan a que eso malo que temo va a pasar y no puedo huir de ello ¿De qué me sirve el miedo? Dios creó el miedo, porque el miedo como emoción es bueno, nos hace cambiar de dirección, de actitud, de alimentación, de costumbres, etc. Pero el miedo como sentimiento nos desgasta y nos paraliza. 

Pensar demasiado en lo que podría o no pasar en el futuro cercano o lejano nos hace mal por adelantado, por eso Jesús nos advierte: “no se afanen, pues, diciendo ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los que no conocen a Dios buscan todas estas cosas; pero su Padre celestial sabe que tienen necesidad de todas estas cosas. Pero busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. ASÍ QUE NO SE AFANEN POR EL DÍA DE MAÑANA, PORQUE EL DÍA DE MAÑANA TRAERÁ SU PROPIO AFÁN. A CADA DÍA LE BASTA SU PROPIO MAL” (Mateo 6:31-34) 

Hace una semana tuve un sueño muy largo y fantasioso, como de costumbre; pero hubo algo que destacó de todo: hubo un momento pequeño, donde viajaba en autobús por carretera, era de noche y llovía, pero se podía ver hacia afuera con claridad, y vi montañas llenas de pinos frondosos, verdes y maravillosos, como de postal, y en medio de los pinos había unos árboles muy extraños, tanto que creía que nunca los había visto, eran 3. No estaban juntos, pero estaban cerca. Eran muy altos, más que los pinos y su tronco era muy grueso, 5 o 7 veces más que el de los pinos, su tronco no tenía ramas, era liso hasta la copa donde tenían pocas ramas de donde salían muchas hojas, así que se veían redondeados en la copa. En mi sueño señalé los árboles fascinada, argumentando que nunca los había visto y menos en una montaña boscosa. Cuando desperté, busqué en Google “árboles de tronco grueso” , pues tenía curiosidad de si existían o no, ¡y sí existen! Así como los vi en mi sueño, se llaman Adansonia, mejor conocidos como Baobabs, populares por el cuento “El Principito” (que hace 4 años leí).

Estos espectaculares árboles crecen en África y son sagrados para algunas tribus. Luego sentí curiosidad por leer ese capítulo del Principito donde aparecen los baobabs, y curiosamente estos representan los miedos y pensamientos irracionales que crecen en nuestra mente. Una vez más Dios me dió una gran lección en un sueño.

Estos árboles crecen en tierra árida y arenosa, no crecen junto con los pinos, así que pensé que es igual conmigo o con cualquier persona que se diga seguidor de Jesús. Cuando Dios transforma un corazón por medio de su Palabra, ese corazón es tierra fértil, como en la parábola del sembrador. El hombre que se deleita en Jehová es como un árbol plantado junto a muchas aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae (salmo 1), pero no fui diligente, los baobabs aparecieron, aunque no es su tierra. No tendrían que estar ahí.

Un corazón que ha conocido a Dios no tendría por qué temer, no como un sentimiento, y el mensaje es claro en toda la Biblia: Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, todos recibieron la orden de no temer y confiar en que Dios tiene el control. Nehemías dijo: “¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo entraría en el templo para salvarse la vida? No entraré. Y entendí que Dios no lo había enviado, sino que hablaba aquella profecía contra mí porque Tobías y Sanblat lo habían sobornado. Porque fue sobornado PARA HACERME TEMER ASÍ, Y QUE PECASE, y les sirviera de mal nombre con que fuera yo infamado” (Nehemias 6:11-13).

El miedo como sentimiento, bien alimentado con nuestros pensamientos, es pecado. Autor de la ofensa contra Dios, que a la larga, te lleva a pensar que Dios no tiene todo bajo control, o que es malo, o que no le importas, o que sólo quiere tu sufrimiento. Sí, seguramente enfrentaremos cosas dolorosas, situaciones desagradables, perdidas y tempestades que no podamos controlar, esto es lo que Jesús afirmó cuando dijo: “Les he dicho todo esto para que en mí tengan paz, en el mundo tendrán aflicción, pero confíen, yo he vencido al mundo” (Juan 16:3). Henry Ford decía que los obstáculos son todas esas cosas monstruosas que ves cuando apartas los ojos de la meta, y el autor de Hebreos, dos mil años antes también escribió para animarnos a correr esta carrera con paciencia “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios” (Hebreros 12:2). 

Cuando tengas miedo del porvenir, del sufrimiento o de la pérdida, la mejor manera de vencer los pensamientos que lo originan es someterlos a la palabra de Dios, recordar que Jesús fue un hombre de dolores, experimentado en quebrantos, que venció al mundo y reina por la eternidad. Tenemos su fidelidad, su veracidad, la Gracia de Dios, la soberanía de Dios y sobretodo el amor del Padre, el perfecto amor que echa fuera todo el temor. 

Nuestra recompensa está en la eternidad, mientras, que le baste a cada día su propio mal.

Saludos, Lilia Sánchez.



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